
presentación de locales propias, de federico lavezzo
presentar el libro de un hermano es una felicidad
aquí comparto la mía
primero en particulares y luego en generales, federico hizo de la brevedad el espacio para su escritura
en esos dos libros, que son también breves en su exquisito formato, fede traza su rumbo personal hacia el cuento
ahora, en estas cinco noticias locales propias, que llegan al libro por la vía del premio provincial, la escritura genera una atmósfera sutilmente inquietante, ya desde el rumor que sigue sonando al dejar atrás los títulos: sólo que entonces; locales propias; saber, o hacerlo
un rumor que reverbera montado en un lenguaje ceñido y temporalmente corrido, hallazgos verbales que evocan a onetti, a haroldo conti
palabras, giros que son sello ya de la escritura pausada, melancólica, vocacionalmente demodée de federico; se trata de una lingüística política cuyo eje es la memoria
la memoria es también la memoria de las palabras que se van: papel de estraza, sardinel, requintarse
y es también la memoria de la música de esas palabras
palabras que hablaban nuestros abuelos italianos, nuestros abuelos judíos, unos tíos que claramente no vivían en este mundo nuestro, y que fede evoca y recupera: boisserie, librar la paga, jambas
la memoria, porque a federico el olvido lo fastidia, como a marcos berman, uno de los personajes de conversión, el relato que clausura este libro nuevo
en estos cuentos no es la acción la que ocupa el centro: es, quizá, el momento inmediatamente anterior; la duda, la inminencia, acaso la decisión de actuar (escribo acaso, uso esta palabra y siento estar plagiándosela a fede)
escribe federico en la apuesta, el texto que abre particulares:
hay algo poderoso en el momento de tomar la decisión que hace variar el curso normal de los hechos de una vida
ese instante es poderoso, y hay que hacerlo durar: durar, como el humo en los pulmones, como el café en el paladar
demorar antes de actuar
acaso actuar, pero no todavía; no todavía
por ahora, en cambio, fumar
fumar, y tomar un café: si te metés en los cuentos de fede el vapor del café te empaña los ojos; el vapor se mezcla con el humo y en esa nube la luz entra sesgada, una refracción distorsionada, un efecto óptico que federico logra tallando el cristal del relato con una fresa lenta, y un poco de esa antigua pasta de pulir: una puntuación pulida
no todavía, no todavía: los personajes de federico no se ciñen al tiempo, pero miran el reloj; no están apurados, pero viven entregados a la angustia de lo perentorio: mirar el reloj, y seguir en la lectura. sin tiempo; eso dice el narrador de saber, o hacerlo
sin tiempo, una pista de su escritura, tal vez de su filosofía: saber, o hacerlo, algo así como una disyunción zen con fondo de almacén de barrio y tranvías y cascos sobre adoquines en la banda de sonido
escribe federico en sólo que entonces: un tiempo fuera del tiempo, como ahora, sólo que entonces la vida
para los personajes de fede el mundo de ahí afuera, este mundo de ahora, transcurre ajeno, apurado
como si ahora no fuera parte de la vida, como si la vida, todo eso que merece llamarse vida, tuviera su morada inamovible en el pasado, una morada con las paredes de ladrillo desnudo oscurecido por el moho de los años
en un cuento inédito, si el tiempo, fede propone: si el tiempo, de algún modo, fuera forzado a demorar su marcha, entonces tal vez podrían verse los intervalos vacíos
tiempo robado al tiempo, como roba su negro jefe en un librito de cordel que compartimos hace un par de años, y que editamos junto a ingenio papelero
algo de esto resuena en la partida, un cuento inédito de federico: el único modo de saber era seguir la partida. una vez más, le tocaba mover; pero unas líneas después el relato termina y ya no sabremos si quien tenía que hacerlo movió, si siguió la partida para saber
¿hacer para saberlo, o saber, o hacerlo?
que fede nos lo responda, o mejor dicho nos lo pregunte, en el cuento que lleva por título esa duda:
Saber, o hacerlo
El tipo aquel me contrató para que lo mate de un tiro en la cabeza. Uno solo, limpio. Sin aviso. El arreglo me dio estos quince días para elegir el momento. Si no cumplo, en tiempo, y en forma, su escribano estará eximido de librar mi paga. Es aquel tipo, sentado junto a la ventana, que toma café mientras lee y disfruta un cigarrillo. Ese que hace catorce días vengo siguiendo, como una sombra que él desconoce, desde la tarde en que lo vi salir de la escribanía con el paso de los que ya no deben nada. Aquel que parece haber ganado en estos días alguna batalla sustancial, algún sentido. Catorce días que lo observo, como ahora, que estudio hasta sus detalles ínfimos, que tomo notas. Ya casi imito, sin querer, su modo de cruzar la calle, el gesto de llamar a los mozos, el gusto por leer en los cafés, y fumar, sin tiempo. Catorce días y siempre encuentro que falta un detalle, por ejemplo, esa forma de buscar, de tanto en tanto entre las mesas, un signo en un rostro anónimo que delate mi presencia. Como ahora, y después, mirar el reloj, y seguir en la lectura. Sin tiempo.
Si pudiera preguntarle sería diferente.
Si pudiera saber cómo se siente, cómo se alcanza la naturalidad suprema de las cosas, cuando cada momento puede ser el último. Si yo pudiera saber. Eso sería diferente.
Pero es saber, o hacerlo. Entre hablarle y dispararle ahora, por ejemplo, no sólo está la plata. También mi curiosidad.
Mi curiosidad.
hurgo en la biblioteca, busco más textos de fede (durante veinte años fede me ha mandado sus cuentos en infinitas variaciones, en infinitos formatos; nunca parecen inéditos, recién nacidos se los ve ya en forma de libro); en un libro celeste y bizarro, una de esas antologías demoradas que provocan algunos concursos, me topo con el cuento la caída, o acaso (lo había dicho, me parecía que esa palabra le pertenecía)
hurgo también en la computadora; encuentro otro cuento, se llama cuatro: ahí está, ahí dice: para saber hay que meter mano
en ese librito negro, diminuto y leve que es generales hay un texto que se llama ahora:
tiene un nombre esa sensación; (...) miedo corrompiendo la boca del estómago, (...) sequedad de la lengua, respiración anhelante, pedregosa, garganta estrecha. se experimenta en la inminencia de una clase de temporalidad efímera y esquiva, efectiva, irrefutable. no lo que ha quedado un segundo en el pasado, ni lo que forma parte del magma ilusorio que azuza la expectativa y lo por venir
y por último, en sólo que entonces, la primera noticia de estas cinco locales propias:
hay un cansancio que sube como una fiebre conocida, la de postergar hasta el agotamiento el sitio en el que finalmente habrá que pararse a un costado de la ruta
gs,
biblioteca córdoba,
otoño de dos mil nueve