lunes, 24 de diciembre de 2007

tan lejos del mar




tan lejos del mar lo único que fluye es fuego

arden las escamas, llora humo el llanto mudo
arden los poros, supuran ácido
arden las yemas de escribir
arden las yemas que ya no tocan el cielo

estamos lejos del mar
como esas ostras en el cielo de los acantilados
hace millones de años mar

estamos tan lejos del mar, acá

jueves, 20 de diciembre de 2007

Luna tremenda




La luna está tremenda sobre el lago. El narrador se acomoda con dificultad en el camarote. Saca la cabeza al cielo por esa ventana cuadrada y apretada que se llama tambucho. Tambucho. No escotilla, no tragaluz. El narrador se toma el mástil con las manos; con las dos manos. Después, después qué importa. Después lo agarra con una y empieza a escribir y a corregir. Lo obturado de su escritura. La obturación de las manos.
Sólo con su mástil escribe: gritos de semen.
Lo velado, la veladura. El velamen: estos atardeceres navegando. Primero el sol, la luna después. Singladura de los días.

viernes, 26 de octubre de 2007

mi mar por dentro


a mí mi mamá una vez que yo no podía volver a la costa porque el viento era cruzado y gris me esperó y me esperó desesperando y cuando pude acomodar la velita y sostener la botavara que se me iba al este de los brazos y pude surfear un poco el miedo y me lancé y llegué a la costa me dijo lago de mierda lago de mierda este lago me va a matar pero yo quería naufragar un rato más quería todo el naufragio posible en ese horizonte breve una hora más una ola más y ahí se despertó el mar que va por dentro, mi mar por dentro

viernes, 5 de octubre de 2007

domingo de ceniza


lago san roque, febrero del setenta y nueve

de noche, el rotor de un helicóptero cruza el viento que agita los eucaliptus
el vuelo se detiene, se oye el grito de un peso entrar al agua
son los arrojados al fondo de mi lago

es domingo al otro día
es día de carreras
mi padre y yo vamos siempre a las carreras, él corre en su lancha anaranjada y yo lo miro

los barcos esperan en el puerto, encadenados a un peso sobre el fondo
los barcos boyan fondeados sobre muertos

nosotros nadamos tomamos sol esquiamos reímos sobre muertos
navegamos sobre muertos
mujeres y hombres atados a piedras
muertos atados a muertos

es domingo de tormenta
es domingo de ceniza
mi padre va matándose sobre los muertos
tal vez el ruido de sus motores agite aún la noche de esos muertos

El cielo del pasado




Malabia, Costa Rica, Armenia y Nicaragua: chicharras inverosímiles en medio de una furia de diseño y dinero.
Fumo, me caliento al sol. La fuente de la plaza está seca. Está cercada, además. Un viejo toca el cerco con las manos: hierro dulce, para armar encofrados. La fuente está cercada, y está seca. El viejo se sienta a la sombra, en el extremo opuesto de mi rumbo en la rosa de los vientos. Campera beige, pantalones marrones de antes, anteojos delante de la mirada lenta. Las manos caídas, colgando de los brazos apoyados sobre las piernas. Se quita los anteojos, se seca los ojos con un pañuelo. Lágrimas de viejo.
La fuente parece un cementerio. Treinta monstruos de dos patas boquean al sol sin siquiera escupir para arriba. A mi lado, ligeramente al sureste, una vieja se sienta, se arremanga los pantalones y se pone crema en las piernas viejas. Recibe el sol con los ojos cerrados. Yo constato que respira.
Al frente, en el oeste franco, el viejo ya no está solo: una vieja se ha sentado cerca, hacia el sur. Han comenzado a hablar y ella ha ido acercándose hasta sentarse a su lado. Hablan sin parar, ella se acerca al oído de él, no se miran. Ella se para, le palmea el hombro y se aleja caminando. El viejo se queda solo unos minutos, la mirada hacia el suelo. Se para, acomoda sus cosas, avanza dos o tres pasos hacia el oeste y vuelve a sentarse. Es un trabajo, sentarse. A veces mira el mundo. Incluso me ve, escribiendo de este lado, al este de la plaza. Después algo es más fuerte que el mundo y apoya otra vez los ojos en el suelo. El cielo del pasado.
Pasa media hora. El viejo sigue ahí, somos ocho en esta esquina de la plaza, Armenia y Costa Rica. Estamos solos acá y ahora.
Me pongo las zapatillas, me levanto y salgo a caminar. Pero simplemente bordeo la fuente y voy a sentarme al lado del viejo, buenas tardes. Estamos a la sombra, al oeste de antes. Entonces el viejo, casi automáticamente, se levanta, recoge la revista sobre la que estaba sentado, toma el bastón. Mira en dos direcciones. Me esquiva sin mirarme, le pregunta la hora a una mujer que estaba más al sur que yo. Cuatro menos cinco, responde agria la mujer. El viejo se acerca y hace campana con la mano sobre el oído derecho. Cuatro menos cinco, cinco para las cuatro, ladra la mujer. El viejo comienza a arrastrar los pies, medias azul marino brillante, alpargatas de cáñamo. Rodea la plaza, desde el oeste hacia el sur, el este, el norte. Enfila hacia el noreste por un camino de palos borrachos en flor, palmeras, una bandera argentina sucia.
Necesito comer, necesito beber. Camino, compro un jabón de magnolia para ella, un balero antiguo de madera para mi hija. Me siento en un bar brasilero. Me Leva Brasil, sobre Costa Rica, apenas pasando Malabia desde la plaza. Croquetas de peixe, licuado de manga. Escribo y cada vez que levanto los ojos hasta la ventana, una mujer me lleva con ella. Todas caminan para allá, hacia el sur, y como mi silla apunta al mismo rumbo nunca puedo verles la cara. Desde esta posición están muy bien, diría el cantante.
Salgo, leo un pequeño cartel escrito en el frente del bar: Tu ángel te está buscando, encontralo. Pienso en ella, no sé si buscarla o encontrarla. Camino, encuentro de todo menos a mi ángel. Encuentro, primero, un libro para ella. Después Wasabi, para mí. En Honduras y Gurruchaga, unos graffitis que los dueños de los negocios no han borrado: Fuera artesanos. Al lado de uno alguien se opone: Hijos de puta.
Llego a la placita Cortázar, que para mí fue siempre la placita de Serrano. Piso una madera. Una tabla blanca, de un metro por veinticinco. En letras grandes, con fibra azul, o verde, se lee limpiamente: CASANDRA. Mi mano tiembla.
Camino por no parar. Demoro la culpa o el compromiso o la molestia. Hablo por teléfono y por Internet. Vuelvo al bar brasilero, suco de guayaba, bolinhos de bacalhau. ¿Cómo hago hoy para llamarla? ¿Cómo hago hoy para no llamarla? ¿Cómo hago si no la llamo?
Buceo en folletos y guías, camino alrededor de mí buscando un bar, Anarquistas Italianos, que hace uno o dos años estaba en nosequé y nosequé, Vera, Córdoba, Corrientes. Me hundo en el mapa, nervioso; la música tiene un saxo muy cercano a Mike Phillips que me devuelve a Montreal como un castigo. Lulú Santos, dice el mozo, y yo desconfío.
Es el miedo escondiendo ratas en mi espalda. Va y viene de mi cuerpo con alivios y con anclas. Ella pasa por la ventana. Ella son dos. Son tres. No, son más. Ella es más.
Estoy solo en Buenos Aires, rodeadocercado de amigos y de mí. Ellos y yo no van a atraparme. Palermo es Coyoacán, La Bodeguita del Medio. Santa Tereza. La caipirinha es un mojito. Aguardiente. El cuerpo grita, la mano tiembla. El cuerpo grita: pies, espalda, cabeza, mano derecha, estómago. Sé cómo, y no sé cómo.
Entra un ángel, tal vez el que anuncia el cartelito de la entrada. Entra el ángel, me vende dos collares, uno para mi hija (un pez, con cordón verde, verde esperanza, dice el ángel), otro para ella. Estoy embriagado, cansado, aterrorizado. Estoy acá y ahora. Escribo en mi libreta de cordel amarillo hasta el medio del viaje. Viajo hacia la duda, y sé que voy a volver allí. Aunque vuelva, aunque todo lo que vendrá.
No es el alma la que vuelve al cuerpo: el cuerpo vuelve a mi cabeza; el cuerpo, que apenas me ha traído desde la plaza, como un caballo al jinete ebrio, como un perro hasta su casa.
Se va el ángel, cuando viene parece ella pero cuando se va también. El peixe frito es enorme y es besugo. La mandioca asienta la caipirinha, que arde. Mi ángel me está buscando. Mientras miro por la ventana, tal vez, esté escondida. Tal vez. Pido la cuenta, voy a irme. Mi ángel sigue escondida, quién sabe si me está buscando, quién sabe si la encontraré.
Quién sabe.
Pago, salgo a caminar.

Mujer de madrugada

Sopla una canción de navegar
desmemoriada
para un mar hecho mujer
de madrugada

acá no sale el sol
en la ventana
acá lo busco yo

a vos no te da el sol
a la mañana
a vos te busco yo

llueva una canción de navegar
en marejada
yo ya quiero naufragar
en tu mañana.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

mis vientos navegan a bordo de un libro


un libro nuevo, abierto de babor a estribor
tratado de los vientos
poesía
editado por vientodefondo
librerías aquende, el espejo, rubén, el aleph, espacio galileo

Escrituras a la velocidad de la luz

escrituras a la velocidad de la luz
o
sesenta gramos




aquí
ahora
después del negro de fondo
después de los vientos de agosto
hay las nuevas formas de temblor
la música de las tormentas

hoy muere agosto
suena después del viento una ráfaga
de calma

unos poemas viejos se hicieron libro
aquí y ahora
apenas antes de morir

entonces otra cosa
escrituras con luz
una mirada otra
infunde luz sobre el lugar de la escritura
los objetos
los hábitos
los tics de la escritura
luz sobre tinta
ojos otros sobre las frases propias

escribir a la velocidad de la luz
luz de agosto en las janelas
vientos
todos los vientos
por fin el mar
el mar del otro lado de octubre
del otro lado del atlántico pasado

aquí
ahora
uno puede desplomarse
derrumbarse
sentirse extranjero

debajo del balcón caminan latas de cerveza
llevando pulsos de la mano
sentada en el balcón
una mano escribe a la velocidad de la luz
que es de luna y de neón

por la vereda pasan los dioses del mar
en forma de mujer
todos los dioses de aquí tienen tinta
en las caderas

escribir a la velocidad de la noche
en esta ciudad se puede escribir
a la velocidad de la luz

esperá lo inesperado
ordena un graffitti contradictorio
la luna va a llenarse
y yo no sé su nombre

escribir a la velocidad de la luz
las yemas no se sienten
no se sienten
se puede escribir así
es como tirar piedras en un lago de arena
amortiguar el ácido con ácido
como ir al mar y
no meter los ojos
no abrir los ojos en la sal del agua
no mirar atrás
estela de sal
huella de nada

escribir a la velocidad de la luz
aquí
ahora

la bruma se despeja y
mientras muere agosto
las dudas
van comiéndose menos tripa
menos viento

escribir a la velocidad de la mano
a la velocidad del mar
la luna de apenas humo
a las seis del sol que cae
detrás del morro

escribir a la velocidad del sol
al son del mar

un libro breve lleva años muriéndose
cinco años
cinco años y cuatro meses
cinco años y cuatro meses y una semana

corregir a la velocidad de la luz
corregir en una noche
y sacar el libro y sus tormentas

en la noche del mar
después de la espuma no hay mar
ni cielo
hay un fondo negro
allí penden barcos y faros encendidos
la marea sube
sube por la arena el blanco de lo negro
de lo más negro nace un viento franco
sólo a medianoche
comienza el día

la espuma bulle
brama
sopla frío y hebras de agua
blanco sobre negro
araña el mar
araña los pies
el blanco de la espuma
el blanco del papel
el blanco de la ciudad iluminada

dejar chorinhos en el mar
sin que nadie lo note
ni uno mismo
no es mar la sal que liban las lenguas
no es mar la lágrima en el mar
sal marina hecha de lágrimas
de amor en guerra
lágrima de ahogado
de náufrago
de suicida

la luna se llena en el morro
y pasa todo lo que uno deja pasar
cuando está aquí
cuando está ahora

escribir a la velocidad de la luna
la luna llena que fue una
y luego otra
yo no sé cuál es su nombre
yo no sé quién es el mar

no todo invierno es de guardar
no toda fiesta es en verano
la pleamar de la luna marca el paso de la música
el miedo va saliéndose del medio
el miedo para acá
el viaje para allá

mañana nunca existe y
el pasado
pesa menos en el mar

a la velocidad de la luz
pasan las páginas de una libreta barata
(un block marca esquelita
modelo triunfante)

en este balcón sobre el verano del invierno
una mano escribe a la velocidad de la luz

sobre el cielo de una terraza
entre gomeros y palmeras
la luna cae llena sobre la libreta
(nueve por trece con espirales
ochenta hojas lisas)

ella
ha salido desde las curvas de un morro
cuando salió tenía nombre

escribir a la velocidad de la luna
mañana revienta la luna
mañana no existe

ahora ha navegado unos grados hacia el este
una hora después ilumina un plato
de sardinas con arroz
y atraviesa el centro de mi viaje

se levanta un viento libre y feroz
lo sopla la luna llena
lo sopla ella
aquí y ahora sé cuál es el nombre de la luna
es sólo un momento
pasa
todo momento pasa

ahora arde fuego en la montaña
un corazón de llamas en la ladera este
se huele en el aire el humo verde
el mar se traga el humo
yo también
la palabra mar vive en estas flores

la velocidad de la luz es mayor que la del fuego
y sin embargo el fuego quema
arde el corazón en la montaña
a la noche
en el mar arde la piel

son las nueve
en el mar duerme la noche
el incendio se dispersa
va por más
el corazón se parte en dos y ahora es una costa
una ciudad incinerada
mi barco saqueado por piratas

ahora la luna tiene nombre
ahora no
tal vez sea el ritmo de las olas
tal vez las ráfagas intermitentes

es la luna soplando esta luz
la intensidad para escribir
para distinguir las frases hechas
de las frases por hacer

hay un umbral del estómago
un más allá fisiológico
después de cruzarlo
después de dejarse atravesar
por su espina alcohólica
empieza a soplar un viento fresco y
aromático

no son mis lenguas las que se hablan en el mar
ellas deslizan su música
en los oídos de mis yemas
se mixturan con la memoria de mis frases
con mi única música posible
arreglos nuevos
murmullos de sal en la fritura de mis frases

escribir a la velocidad de una lengua que se canta
la velocidad de una lengua caliente
una cantinela marina que inunda y se escurre
espuma entre moluscos
cáscara de mar

la música del mar es volátil
se va con la canción

va depositándose una resaca en la libreta
(tapa cartulina dúplex
doscientos cincuenta gramos
interior obra
sesenta gramos)
una resaca
hecha de trópicos y viento
unas manchas de humedad
un aire caluroso que dobla las puntas de las hojas

escribir a la velocidad de la luna
escrituras con luz
de eso se trata esto

la libreta va llenándose de tardes
de sal
del ruido de fondo de los bares
estas hojitas humedecidas
pesan menos de un gramo
digamos sesenta gramos de palabras

en el mar siempre viene otra canción
ése y no otro es el fin de las mareas
y los vientos y la luna

hacer olas

río de janeiro, invierno de dos mil siete

viernes, 29 de junio de 2007

el viento muere antes de la tormenta, claro

la gripe también lo detiene: con 39º transpirás la remera de dormir, que países menos eufemísticos llaman sudadera

con 40º se te van las ganas de comer

un poco antes de los 42º se confunden los paralelos con los meridianos, el barco navega dentro de la pieza y el brillo de la pantalla arde como el sol a las pupilas dilatadas

lunes, 23 de abril de 2007

Primeros vientos


Algo sopla.

Viento de fondo.

Me lleva desde siempre.